18 de novembro de 2013

Smart Cities, los inventos del TBO








MARTES, 3 DE ENERO DE 2012
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Después de las ciudades sostenibles, las ciudades resilientes, las ciudades habitables, las ciudades sanas, las ciudades seguras, las ciudades bioclimáticas, las ciudades verdes o las ciudades de los ciudadanos, los que de una u otra forma nos relacionamos con la organización, diseño y planificación de esas cosas que algunos llaman ciudades teníamos otra etiqueta más, smart cities. Pero, en realidad ¿dónde ponen el acento las ciudades inteligentes? Se supone que en la inteligencia (o la listura) ¿qué es eso aplicado a una ciudad? ¿una ciudad piensa? ¿tiene alma? ¿se condena para siempre en el infierno si se porta mal? ...


Planta de la smart city de Paredes (Portugal) inhabitat
Microsoft y Living PlanIT: Paredes (Oporto)







Sin embargo, no hay que ser tan negativos. Por supuesto que una empresa privada intenta vender sus productos y su objetivo es conseguir los mayores beneficios posibles para sus accionistas. Su comportamiento desinteresado sería perverso y pondría piedras en el engranaje del sistema. De forma que es comprensible que si alguna de ellas, bien sea Telefónica, IBM o Microsoft, ve un nicho de negocio intente explotarlo. Pero una ciudad es algo más que un nicho de negocio empresarial. Y el colectivo de sus habitantes sí que debería pensar inteligentemente. Claro que hay que aplicar las nuevas tecnologías en el siglo XXI. De hecho se están aplicando. No creo que vivamos en la edad de piedra ni que ningún planificador urbano piense que vamos a volver a la Edad Media con el “agua va” y cosas parecidas. Pero eso es una cosa y otra muy distinta es pensar que las nuevas tecnologías van a solucionar problemas que son, esencialmente, políticos y éticos. El "asuntillo" de los límites del planeta no se resuelve sólo mejorando la eficiencia de nuestros sistemas. Por supuesto que hay que mejorarla. Pero ese no es el objetivo principal. El objetivo principal no es construir “ciudades inteligentes”, sino construir ciudades habitables y adecuadas a las condiciones del siglo que nos ha tocado vivir que es el siglo XXI.

La situación extraordinaria en la que nos encontramos es que, por primera vez en la historia de la humanidad, para seguir creciendo tenemos que impedir que otros crezcan si por crecimiento se entiende seguir consumiendo planeta. Porque resulta que ya hemos llegado al límite de su biocapacidad. Así de sencillo. Esta situación nos obliga a repensar la mayor parte de los planteamientos con los que hemos funcionado hasta ahora. No es suficiente con mejorar la eficiencia de los sistemas. Por supuesto que hay que hacerlo. ... ... El problema de las smart cities no es el intento de mejora en la eficiencia del sistema urbano. Es que este intento oculte el problema básico que debemos afrontar. La tecnología no es más que un instrumento. Y además, un instrumento que hay que aplicar con sumo cuidado no sea que estemos propiciando inventos del TBO, y que las soluciones aportadas sean puras banalidades, resuelvan problemas inexistentes o compliquen más las cosas de lo que están.
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Es realidad, más que hablar de smart cities habría que hablar de “ciudades estúpidas” (stupid cities) o “ciudades tontas” si empezamos a pensar que la solución de nuestros problemas es tecnológica. La tecnología puede ayudar pero el foco no hay que ponerlo ahí. La dificultad está en dotarnos de instrumentos de organización verdaderamente participativos que permitan que una sociedad con una cultura específica, anclada en un territorio, con relaciones no depredatorias sobre el mismo, se aglutine en torno a valores con los que la mayor parte esté de acuerdo.
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Pero a veces la tecnología, esa hija no reconocida de la técnica, se comporta de una forma tan rastrera que casi dan ganas de repudiarla. Resumiendo este artículo tan largo: necesitamos soluciones tecnológicas para los cuidados paliativos de un enfermo que empieza a sufrir en muchos lugares del mundo, pero tenemos que saber que estos cuidados paliativos no lo van a curar y que, en algunos casos, pueden ser contraproducentes. Nuestras ciudades tienen que reorganizarse de nuevo como lo hicieron después de la Revolución Industrial. Pero esta reorganización va a venir de la mano de un cambio en la forma de pensar, en los valores y en los objetivos. Para terminar, por favor, dejemos de ponerle etiquetas a la pobre ciudad, ya no aguanta con el peso de más.
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