En un futuro distópico, el protagonista de la saga cinematográfica Mad Max vive en un mundo donde la escasez de recursos energéticos ha provocado un colapso y es la base de continuos enfrentamientos entre regiones y comunidades. El mundo que se presenta en esta serie de películas podría ser uno de los futuros posibles, quizás el más pesimista, que el sociólogo John Urry plantea en sus análisis sobre las transformaciones en el siglo XXI de una sociedad que en la última centuria se ha construido alrededor de las energías fósiles y el transporte en automóvil. Porque según John Urry, el coche en el siglo XX, no ha sido solo un fenómeno cultural sino un elemento central que ha articulado nuestra forma de vida. Sin coche, las ciudades tendrían otro mapa, otros ritmos de vida, de trabajo y el ocio sería diferente, y nuestra propia manera de concebir el individuo y su autonomía sería también otra.
Aún así, para John Urry este modelo de vida y de sociedad se encuentra en su punto y final. En las próximas décadas esta “cultura del coche” cambiará forzosamente de arriba hacia abajo y, en función de cómo la sociedad decida enfrentarse a este reto, el mundo de nuestros nietos podrá ser muy diferente. Las razones de Urry para augurar este final del coche, tal y como lo entendemos hoy, son: en primer lugar, la certeza científica de que las reservas de recursos combustibles fósiles se están acabando (y tenemos que pensar que un 98% del transporte mundial depende de ello); en segundo lugar, el impacto medioambiental del uso de estas energías sobre nuestra salud y la del planeta; y finalmente, el crecimiento de la población mundial, que hace insostenible un crecimiento proporcional del mercado automovilístico.
De hecho, esta última cuestión seguramente es la pieza fundamental de su análisis. El crecimiento de la población mundial no es un reto por si mismo sino, sobre todo, por el hecho de que todos los pronósticos sostienen que este crecimiento se producirá de manera exponencial en las ciudades. Se calcula que en el año 2050, el 70% de la población mundial vivirá en grandes ciudades y las megalópolis, aquellas ciudades con más de 10 millones de habitantes, se multiplicarán. Es decir, el futuro de nuestro planeta es un futuro urbano; y eso hace que el actual modelo social centrado en la cultura del coche tenga fecha de caducidad. Especialmente, porque hoy las ciudades ya son responsables de tres cuartas partes del consumo energético y generan tres cuartas partes de la contaminación mundial. De cómo se resuelva el crecimiento urbano de las próximas décadas depende nuestro futuro más inmediato.
Plantear una vida urbana con una calidad de vida y justicia social para todos sus habitantes pasa, por lo tanto, por repensar no solo como nos desplazamos, sino también las nociones de individualidad y de autonomía, de ocio, de vivienda y de trabajo. Las implicaciones de esta nueva forma de pensar tendrán un gran impacto en el diseño mismo de las ciudades y en la forma de vivir en ellas, y lo más probable es que es los grandes avances en el campo de las tecnologías de la información tengan un papel clave en estos nuevos modelos urbanos.
De este modo, en algún momento, la imagen tan propia del siglo XX de un hombre cogiendo el coche en un barrio suburbial para dirigirse a trabajar al centro de la ciudad no será nada más que eso: una imagen del pasado. Además, si no somos capaces de hacer esta transición de la cultura del coche y nos aferramos hasta el último momento, quizás el futuro que nos espera en unas décadas no sea muy diferente a la distopia de Mad Max.
Conferencia de John Urry el 24 de noviembre en el CCCB
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