3 de novembro de 2013

El sprawl es bello

Me refiero al "sprawl" urbano, claro. Denostado en tiempos de la guerra fría por las izquierdas para las que cualquier parecido con el american way of life era la perversión y la podredumbre, el sistema de extensión urbana que se miraba en la ciudad de Los Ángeles es ahora estigmatizado por todos los que entendemos que el problema del siglo XXI es la llamada “sostenibilidad”. Nos repetimos una y otra vez que la ciudad difusa, la ciudad fragmentada, es el origen de todos los males de la urbanización actual. Porque produce ineficiencia en las comunicaciones horizontales, es causa de la mayor segregación socio-espacial de la historia de la urbanización, impide la socialización y la educación en la urbanidad, no permite el funcionamiento del sistema de equipamientos… Podría seguir y seguir. La pregunta es: ¿por qué este éxito tan enorme? Si es tan diabólico ¿por qué en un momento histórico determinado una parte importante de la humanidad ha optado por vivir siguiendo este modelo y no el de la ciudad compacta? Voy a intentar ejercer de abogado del diablo y trataré de mirar con buenos ojos al maligno.



Tad Lauritzen Wright, "Beautiful Urban Sprawl" (fragmento)
Brusch marker on oak, 96x96 in., 2007
lauritzenwright





Y no voy a tener que esforzarme demasiado porque mi país es Galicia. Y el gallego, lo decía Castelao en Sempre en Galiza, “quiere una casa suya, independiente, con cuatro fachadas”. Lo que hay detrás son muchas cosas pero, en el fondo, subyace la necesidad de una relación directa con la naturaleza y un enfoque rural radicalmente opuesto al modo de vida urbano. La ciudad por antonomasia, es decir la ciudad compacta, es un invento (como tantos otros) derivado de las necesidades de la guerra. La ciudad tal y como hoy la entendemos aparece realmente cuando surgen las murallas. Y las murallas no se construyen para impedir que los ciudadanos se dispersen por el campo dedicándose a romper alegremente los ecosistemas. Se construyen para defenderse de otros ciudadanos y separarse del mundo rural. Y, además, para conseguir que desaparezca una forma de vivir que dificulta bastante el control del territorio por parte del conquistador. Por supuesto no pueden desaparecer los oficios digamos “rurales”. Siguen existiendo la agricultura, la ganadería o los aprovechamientos forestales. Pero no lo “folk”, que ha terminado por sucumbir ante las exigencias del modo de vida urbano.



Una casa con “cuatro fachadas”, Terra Chá lucense
foto del autor






Tampoco la extensión urbana de baja densidad es un invento de la ciudad jardín, como a veces se dice. Hay muchos territorios en todo el mundo que, tradicionalmente, han producido un sistema de asentamientos de este tipo. Básicamente territorios rurales. En España, toda la cornisa norte (Galicia, Asturias, Cantabria, Euskadi), pero también muchas áreas de huerta o alta productividad agrícola. Por tanto habría que empezar por diferenciar dos tipos de ocupación extensiva del territorio. Una derivada del sprawlproducido por la dispersión centrífuga de las grandes ciudades. Y otra, histórica, resultado de las necesidades rurales. El problema aparece porque a esta ocupación histórica se le sobrepone un modo de vida esencialmente urbano. El resultado es la ineficiencia de la organización territorial de un patrón espacial del asentamiento disperso, adecuado a una forma de vida rural, funcionando según las exigencias de un sistema de transporte de mercancías y personas propio de la era del automóvil. Igualmente ineficiente, como ya hemos visto en otros artículos del blog (pero por motivos distintos), es la extensión centrífuga urbana construida según un "monocultivo" de ocupación del territorio caracterizado por las bajas densidades y la fragmentación.
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